sábado, 27 de febrero de 2010

14 DE MARZO DEL 2010. Lc 15,1-3. 11-32.

1-3. Respuesta masiva de los considerados como descreídos o irreligiosos, los que no observaban la Ley (5,27-32) (1). Crítica de los fariseos (5,30; 7,34); comer con ellos, signo de amistad, intolerable para la teología farisea (7,34); se ventila el principio de si Dios ama o no a los pecadores, es decir, a los que no observan la Ley, y, en último termino, a los paganos; en otras palabras, si pone o no como condición para su amor practicar una religiosidad intachable.

11-32. El contenido de esta parábola sobrepasa el de las dos anteriores. El hijo primogénito, figura de Israel/los fariseos; el hijo menor, de los “pecadores”/paganos. El pequeño es el hombre sin ley; el mayor, el observante escrupuloso (29).
La experiencia convence al hijo pequeño de su error y lo obliga a recapacitar (17.19). Vuelta del hijo: el padre no lo espera en casa, sale a su encuentro (20); no lo deja acabar la frase que tenía preparada (18s.21); la enorme alegría se manifiesta en el derroche de acogida y de fiesta (22s).
El hijo mayor, en cambio, que ha condenado a su hermano (30), es incapaz de alegrarse por su vuelta. No sabe ser hijo; sirve a su padre y no sabe que todo lo del padre es suyo; vive en su propia casa como un siervo. Jesús retrata la actitud de los fariseos; no se parecen en nada a Dios, porque no saben amar como él (6.36); ponen su orgullo solamente en la observancia; para ellos, Dios no es Padre, sino dueño.

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